LA POESÍA: ASUNTO QUE NOS MULTIPLICA

martes, 26 de octubre de 2010

Glavers en la plaza

TV España entrevista a Glavers

Glavers

Glavers en Plaza Santana
Glavers, desde la otra orilla
Glavers, ¿habrá poesía esta tarde? ¡Claro! Si estás tú.
¿Quiénes somos? No importa. ¡Somos!
Pacto Glavers de amistad

sábado, 23 de octubre de 2010

Galería

Benjamín, el “nuevo” en la universidad de Harvard escudriñaba fascinado los cuadros del aula. Si no se hubiera resistido al encantamiento de sus colores, nunca más volvería a dar placer visual a nadie, ya que mirar por mucho tiempo una pintura lo sumergiría en un letargo eterno; así como alguna vez les pasó a nuestros acompañantes antes de ser donados; me refiero a todos los que, al igual que yo, su vocación es dejarse ver por los demás.
Mientras transcurría la clase se percató que vista desde otra perspectiva, el alumnado podría convertirse, de poder plasmarlo en óleo, en una pieza cara colgada en la pared de algún millonario. A diferencia de su antigua generación, a Benjamín no le gustaba ser exhibicionista, de lo cual nunca se quejaba porque él sabía que nunca sería escuchado. Sin embargo, la gente siempre se llevaba una buena impresión de él y eso de algún modo le agradaba.
 A Benjamín no le gustaba presumir, pero era realmente bueno imaginándose pintando; seducido por la perspectiva de una nueva obra comenzó a “pintar”: las pinceladas al ritmo de Mozart eran su principal obsesión; como ahora no contaba con tan formidables melodías, tuvo que imaginárselas.
Al culminar su obra y mientras la archivaba en la galería de su mente se regodeó en su propio talento, tratando de asimilar cuál de todas sus creaciones era la mejor; con aquel dilema revoloteando entre sus coloridos relieves recordó lo que una tal “Mona” le dijo una vez hace mucho tiempo cuando le tocó visitar el museo de Louvre: “Uno nunca sabe cuál de todas tus obras será la mejor”

Jared Brontë

sábado, 16 de octubre de 2010

Fue por eso que...


Fue por eso que…

Me arranqué unos ojos
Bebí de unos labios
Eclipsé unas manos
Palpitó mi aliento
Me quedé sin brazos

Haven Soul

Collage transgénico

Collage transgénico

¡Oh! Oh!
¿Lo sabes? ¡Es magia!
¡Es tiempo de saborear los colores del viento!
azul oscuro
verde
amarillo
anaranjado
Acarícialos con el tacto de tus pupilas y saboréalos en la mente

Jared Brontë


Aquelarres debajo de mi cama

Aquelarres abajo de mi cama

Unos demonios me atormentan
tocaron a mi puerta: querían que me matara
Querían esconderme
¿Sabes por qué?

Black mirror


Poemas caminando

Diana: poema humano
José María: ¿quieres leer un poema?
Karla: ¿habrá otra cosa mejor que leer poesía?
Martín: poesía caminando

Nuestros Miembros

Martín

Olvido tu olvido olvidado

Charcos de asfalto
bajo una noche
reflejan estrellas en las grietas
se adormecen voces
se acalambran miradas
y el sol no asoma más su tímido rostro
sólo queda lo incierto
en el boulevard semáforos parpadeantes
llantos humedecidos y silenciosos
un ciego más se pasa el alto
hacía el olvido
donde no te nombras más 
donde tu reflejo nace de nuevo
entre charcos de asfalto.

PUELLA  

Hoy

Hoy te descubrí...
bebiendo el pudor de mis huesos
Hoy te ví...
durmiendo entre relampagos fosforecentes
Hoy te sentí...
respirar la sombra vacía de la tarde 
Hoy te escuché...
admirar los destellos heridos del rosal 
Hoy te soñé...
tatuar las entrañas del pensamiento 
Hoy te saboree...
con calambres sordos y endulzados 
Hoy te hablé...
con letras pudorosas 

ALIDELVENTO 

domingo, 10 de octubre de 2010

Gel antibacterial



Gel antibacterial
De hieleras habla del silencio
Sí, de esas hieleras con una sorpresa adentro
Pero se fueron volando y nadie dijo nada
¡Llegó el camión de la basura!
¿Y las hieleras?

Osvaldo García García

Nuestra poesía

     Sábado 2 de Octubre de 2010. Primer Manifiesto


La poesía Glavers está allí, en el universo de las cosas que no terminan de nacer, en un mañana imposible, en un ayer que nunca ha sido nuestro. Es el gen de la poesía que nos heredaron los otros, el salto atávico que sigue en el aire; es la habitación de la poesía donde cabemos todos. Es nada porque no está en el instinto de la mano; es todo porque todas sus líneas inciden en el paraíso y el infierno humanos. Es la aspiración más sublime y la mayor derrota: hemos luchado contra ella y sigue latente en el impulso mecánico, en la víscera exitada, en el pensamiento proactivo. Esto quiere decir que somos poetas, somos juglares de esta época y el universo es el vaso donde hervimos como líquido.

Nuestra poesía pertenece a un plano infinito de realidad, siendo en sí otra realidad. Su definición determina la desaparición de la realidad como tal, ésa que está encadenada a su columna corpórea, pues los únicos soportes de poesía son imaginación, libertad, comunicación, revelación, insurrección, cotidianeidad, pasión, honor. La realidad de la poesía es la dimensión poética, eminentemente distinta a la dimensión física. Entidades contrarias en el concepto, complementarias en la esencia: cuando la piedra nos hiere, cuando el nudo asfixiante nos petrifica, cuando algo impacta nuestra piel escocida, allí desborda la copa circunstanciales zumos que el poeta -y nadie más- debe transformar en rarísima obra de arte.

Nuestra poesía es la ficción del jardinero de las letras, del sacerdote que pala en mano abre la tierra desde la hoja virgen, quien deposita el fuego del espíritu insurrecto y extrae los colores del fruto palpitante para pintar con roja savia la superficie del mundo poético. Concebimos el otro como un cosmos perfecto aunque sin alma, una realidad aceitada al extremo aunque desgastada, perecedera, sujeta a renovarse a través de una evolución no lineal sino olímpica, con sus grandes saltos de embrión mutante. La poesía Glavers tiene el destino de revelar la imperfección; otros serán los escultores que perciban la chispa y encarnen el ritual de la vida.

No repudiamos el arte del pasado porque amamos el camino de la historia, pero no al caminante. El que anda puede haberse sentado a respirar alguna atmósfera local y rendirse fascinado ante ella, cristalizada la visión; el camino no acaba, el camino deberá morir junto con la pasión de la humanidad y ésta aún eructa hálitos de vida. No estamos absortos en ninguna etapa del arte. Reconocemos, en todas las corrientes de expresión de todas las edades, el molde materno de la poesía verdadera; su argamasa actual nos palpita en las manos y con ella moldeamos nuestras significaciones, tal como lo hace con derecho toda generación de pensamiento libre.

La barbarie nos repudia y nosotros a ella. La barbarie puede instrumentar actos deleznables de venganza; nosotros responderemos al fuego con la metralla de nuestros poemas, tratando en lo posible hacer blanco en los corazones de quienes trashuman como humanos, aunque no lo sean. Nuestras balas serán las imágenes poéticas que impactarán en las bardas, en los postes de luz, en las esquinas, en las escuelas, en los edificios públicos, para que todos los que aman la poesía la conozcan desnuda, sin aparadores, sin importar el método de proyección a las masas. Entonces sabrán los lectores que el poema no tiene límites, que son los hombres los que tejen bardas, que es la esclavitud la que imagina muros. Por eso invadiremos de poesía esos símbolos, desde nuestra asunción poética, para manifestar que el amor no es solitario ni la poesía quiere serlo.

Queremos ser poetas, sin miedos ni dudas, y en la metáfora del vacío irá nuestra demanda, nuestra insurrección. No somos cultos ni ignorantes, no somos carcelarios ni reclusos, no somos capataces ni esclavos: somos el tiempo en la hoja del árbol, somos el instante de luz en la oscuridad, somos la letra que se queda suspendida en otras caras. No importa lo que somos:

Somos.

Glavers

La maldita

Era imposible convivir con ella. No podía más. Estaba harto de soportar su presencia, sus caricias sobre mi piel desnuda nomás de paso. ¿Quién puede permitir que esto suceda sin mover un sólo músculo, quedándose impávido con ella tan cerca, tan lejana a la vez, tan caprichosa? ¿Por qué dejar que lo insoportable avance? Pero la vida es así, uno debe permitirse vivir un rompimiento alguna vez con tal de hallar de nuevo el equilibrio.

Hace tiempo la relación era diferente. Ella era más discreta. Cuando salía de casa, lo hacía con sigilo para que no me diera cuenta. Luego volvía, dueña y señora de lo que tocaba. Yo también era más liberal, así que cada quien hacía lo suyo por rumbos distintos; compartíamos una vida juntos que, a veces, daba la impresión que fuésemos hermanos.

"Vete tú si quieres, la casa es mía" -pensaría ella en momentos de tensión.
"¿Irme de mi propia casa?" -me preguntaba a solas.

No niego que algunos días yo dormía en otras partes, disfrutando paisajes que no me pertenecían, y que los poseía sin recato, sin pensar que el mañana pudiese hacer reclamos airados. Sin pensar nada más. En esos instantes de libertad el espíritu es otro; se transforma incluso la piel y las percepciones cambian. Podría uno quedarse atrapado en ese segundo pensando haber arribado a la eternidad. Eso creía.

Cuando retornaba, ya casi no me acordaba de ella, quien aprovechaba mi ausencia para ganar hegemonía. Allí estaba, allí respiraba una y mil veces su aliento que me iba pareciendo repulsivo. Su cuerpo engordaba a la par con mi desprecio. Sus ojos redondos, su mirada compulsiva se entremetía como demonio, y yo no podía más: debía matarla. Sí, debía acechar cada paso que diera, perseguir su mofa descarada y deshacerme de sus restos sin que nadie me viera. Quizá esconder su cadáver en las cloacas del drenaje, y olvidarla. Olvidar su putrefacción, sus dientes amarillos, su muerte asistida.

Desde ese día no cejé en mi persecución. Atisbé sus ademanes, me aprendí su recorrido por la casa, conocí cada minucia de su vida. Entonces, por la noche, cuando la muerte se une con la sombra, decidí su grotesco destino. Le asesté el primer golpe con una mole de hierro, pero sobrevivió; se fue arrastrando hacia el patio con sus chillidos agónicos y hasta allá la perseguí. No había marcha atrás. El odio no conoce retroceso, y yo bebí la copa de su agonía. No quería morir la maldita, hasta en eso me contradecía, pero todo acabó cuando aplasté su cabeza con una piedra.

Entonces, al fin me deshice para siempre de la rata. Mi casa y yo volvimos a respirar la vida.

Martín Guerrero Ortega

Una tarde de espera

Son las siete en catedral,
como aquellas tardes las hojas vuelven al árbol
y las oímos,
las oyen nuestras manos en el lazo apretado donde anidan
tu silencio y mi silencio.

Juntos, como ayer y mañana, hoy busco los pájaros
repetidos. Y el reloj catedral
con puntual etiqueta espera por la novia,
las arrugas se multiplican a la sombra de estos ojos,
no los tuyos ni los nuestros
sino aquellos que cantan colgados de las ramas.
Debajo, las verdes plumas
lucen pálidas. Son parvadas de hojarasca,
secas patas de colibríes olvidados
cansadas por no arder.

Otra vez el silencio,
la soledad en la mano sola.
Y el nudo de ojos cada vez más otoño picotea el vacío
odiando el nido,
el polvo gris silba en los cabellos y la banca angustiada
espera, anciana espera, vuelta polvo espera.
Negras campanadas resbalan en latidos,
son las siete en catedral.

Martín Guerrero Ortega

Las ventanas sordas

Abatido velo la estampida de nubes
sobre tapete acuático. La soledad del viento
toca ventanas,
responden inválidas paredes,
su frío,
su hirviente jarro amargo.
¿Será la última cita?
Las charcas no son espejos sino fotos de un cielo triste,
vaporosos e-mails
disparados a nudos celestes.
No son figuritas el desfile de gotas sobre la calle nublada
sino disparos de salva,
sino súplicas de mar fuereño
lloviendo hacia arriba, hacia ventanas de dioses descuidados
que juegan a morir.

Martín Guerrero Ortega

No estamos muertos

No estamos muertos,
siento el asma de un cadáver exprés
contoneando el espasmo,
huelo el vacío de canciones rubias del estante,
ayer la última tortilla era un juego de niños,
no estamos muertos todavía.

Alguien se atrevió a pedir comida
a los gusanos,
ella se comió la biblia con los ojos;
aquellos, que no saben de cuartos menguantes,
gastan lo poco en florerías.

El hambre me ha dado hermanos,
casi fantasmas
que habitan el hueco de algún poema;
aquí nuestros huesos son perennes,
mientras llueva en el alma pétalos y versos
no estamos muertos.

Martín Guerrero Ortega

Las cosas que no retornan

¿Qué secreto calla el limo de las piedras
si ha roto el sur?
¿Cómo decirnos las cosas que ayer murieron?
¿Cuántos cansancios barren las avenidas
y naufragios?
Lo sabes. Aquella sirena con alma de flecha
no puede volver.

Martín Guerrero Ortega

El tren que pasa

Fúnebre suplicio el de la calle,
la calle estéril,
la calle puño sin lengua.
Aquellos se fueron en el tren de las doce,
estos sueñan reloj en mano
la angustia de la sombra.
Afuera los pájaros incuban en la noche
las silbantes balas.

Martín Guerrero Ortega

Pájaro de cien lágrimas

El cenzontle no canta,
son orificios de una flauta que chocan en el verde
por la avenida,
autos temerosos de roedores
o gatos cazando agujeros donde se esconde la noche.

El cenzontle afina
para silbar muros de alambre,
púas que hieren la hoja de noticias
escurridas en el cesto.

No canta, no llora, no duerme.

Ninguno sabe de mutismos,
otros suelen ir de etiqueta a las bodas y pintarse los dedos
y manchar la corbata.
Ser pájaro es oficio de cantantes
y eventuales relojes
en ventanas de invierno.
Pájaro de cien voces o cien lágrimas:
nadie sabe si canta, si llora
a los que no volvieron,
las plumas rotas en la jaula baldía.

El centinela en traje sastre
canta la muerte.

Martín Guerrero Ortega

Poema de tres en soledad

Somos tú y yo y la banca
iniciales misteriosas en la piel del árbol,
nuestras letras de rodillas en la hoja
huelen a verde promesa,
a río de besos por tu cuello
y palabras de tus ojos en mi hombro.

Somos tú y yo y los dedos
del sol enfermo por no verte,
esta caricia de nube
en tu párpado
cuando te quedas lejana.

Tú y yo por el vértigo
de un instante contigo. El tiempo
unido al tiempo mientras suspiras.
Nuestras manos enlazadas
cuando leo tu boca
y un mañana sepia, la hoja rota en el calendario
plagada de versos.

Somos tú y yo y la poesía,
esta poesía cubriéndonos
como un lazo de miradas.

Martín Guerrero Ortega

Reflejos

En esta hoja no hay misterios,
sólo vigilia sin razón;
sombras que tiemblan al abrirse la puerta,
ojos trémulos al paseo del picaporte
cantan la ronda,
el trago de pozo desértico
en el suspenso de una lámpara.

Esta hoja deslumbra vacía,
burlada por un poema que desdeñó la cita.
Han caído algunas migas de pan
y los insectos, furtivos y silenciosos,
se aporrean entre sí.

Esta hoja no tiene letras ni poema ni secretos,
sólo huellas desesperadas
como espejo de las calles.

Martín Guerrero Ortega

sábado, 9 de octubre de 2010

Hoyos negros y revelaciones

Muy lejos de la memoria aunque la gente no quiera
Mintiendo con el nunca
como predicador orgulloso de su verdad me ahogaré en mi doctrina
tratando de hacer un copo de nieve con el océano, aunque nadie quiera escucharme
si nadie lo hace, será mi tarea planear los crímenes
Ellos odian la grieta de mis pensamientos
porque cada batalla es una herida
Si buscas no te encontrarás, aún sabiendo quién eres

Osvaldo García García

Nocturno de la muerte desvelada

Era una sombra, sí,
una sombra proyectada por el fuego de ráfagas
furtivas. Aquella noche
fue la noche del cinismo,
el embozado rostro de caínes sembrando balas.
Y la sombra herida,
la sombra en que caben los posibles nombres
de la oscura idea,
(silueta de alargada arena
en los ojos secos) se fue haciendo diminuta.

Era un dolor negro como sombra,
todos dolores fundidos al símbolo más punzante.
Una estocada de alacrán
para escozar venenos,
un colmillo de perro desorientado
en escuálidos muslos. Era la sombra desmayada
por miedo al vacío
que se torna humo en los hogares,
la sombra cautiva,
la pavorosa sombra bajo la noche.

Una lámpara ciega en escándalo
y el lunar (mosca de oficio), desvelada flor.

Era una mancha avergonzada
de hilaje libertino. Era un orificio solitario
que sometía toda palidez y toda alcurnia
con su ojo cíclope. El monstruo fugitivo
que devora el silencio,
un silencio crepitante en boca de la muerte,
la sombra aguijoneada de una palabra
coja, la sombra húmeda
de la sombra,
callada sombra en la noche callada.

Martín Guerrero Ortega

Glavers

Glavers en la espesura,
caminantes del desierto absurdo
hoja por hoja,
un poema detrás del humo de otro,
poetas enfilados al precipicio
que no acaba.


Glavers multiplicados
en cada polvo,
contra fornidos muros,
palabras de arcilla sobre el asfalto.


Glavers en las bocas,
en agujeros de casas y paredes de morena piel,
en el suburbio de una lágrima
pasos glavers,
glavers montaña azul,
otra geografía glavers.


Martín Guerrero Ortega