LA POESÍA: ASUNTO QUE NOS MULTIPLICA

domingo, 28 de noviembre de 2010

Sinfonias

La historia del chico que bloqueó su propia aceptación en cinco pasos para continuar siendo humano







Sinfonía absolución I

No sé sí el mundo era más pequeño, o yo me encogía; todo era más ancho, el pasillo de mi habitación que dividía lo de afuera con lo de aquí adentro, la cama, ¡cielos!, antes podía estirar los pies y sentir el borde; pero fui alejándome con alarmante rapidez; sí: el mundo era más pequeño, o yo me encogía.



Sinfonía absolución II

Jared siguió viendo el grafiti en la pared que decía: Dios es bueno, tú eres malo, tratando de encontrar algún significado oculto, pero no encontró nada. Tomó la maleta y apretó la agarradera de cuero con firmeza. Estaba seguro que después de aquel “incidente” las cosas no volverían a ser las mismas. Jared no podía volver al departamento 302 de la calle Brookhaven, de eso no había duda.
Mientras caminaba una chica tropezó con él; la vio por un momento y percibió prisa cuando de sus labios segregó el perdón; era sólo un casual encuentro en la avenida: nada más. El chico frunció el ceño y suspiró con pesadez. Esta vez no cometería errores.



Sinfonía absolución III

Melanie, la camarera estrella del Heaven’s Night era una chica normal con un empleo de noche, un gato llamado Bola de nieve y una caja de cereal de miel sobre hojuelas esperándole al final de la rutina. Ella no tenía problemas con nadie, ni en su empleo, ni en la universidad. Bueno, sin contar aquel accidente la noche anterior, cuando uno de los clientes se quiso pasar de la raya. Era jueves y Melanie ese día atendía exclusivamente la barra, nada de limpiar las “sorpresas” constantes en el piso del baño de hombres, quitar la goma de mascar debajo de las mesas, o hacer algún “favor especial” si quería una buena propina. Ella leía tranquilamente Moby Dick mientras preparaba un Martini seco. Casualmente, el día que se topó con aquel extraño de la gabardina en la madrugada, encontró en internet un curioso listado de los diez libros que tienes que leer antes de morir; le pareció una buena idea y compró los primeros cinco. Ese mismo día un hombre caucásico y regordete se mojaba los labios mirando en su dirección; le hizo una seña con el dedo, indicándole que se acercara. Melanie dudó, resignándose al ver que todas sus compañeras estaban ocupadas; se aproximó y guardo cierta distancia. El hombre llevaba una playera sucia del grupo Kiss y pantalones cortos.  Después de ordenar otra ronda derramó intencionalmente el contenido que le quedaba de alcohol en el suelo, cerca de su entrepierna.  Con fingida sorpresa le pidió amablemente que lo limpiara antes de que la bebida llegara a sus zapatos. A regañadientes y sin tener otra alternativa Melanie tomó la tela que llevaba en el mandil, se puso en cuclillas, alargó el brazo y limpió; el sitio era muy estrecho para poder limpiar bien a esa distancia. En cuanto se acercó el hombre la agarró con fuerza de los cabellos, obligándola a meter las narices en su apestosa entrepierna. Lamentablemente, aunque deseo saberlo Melanie no supo que pasó después.





Sinfonía absolución IV

Salvatore escuchaba todos los días a Vampire Weekend: era lo único que tenía en su IPod. Su rutina era siempre la misma, levantarse a las seis de la mañana para ir al instituto, platicar siempre de las mismas cosas plásticas con sus amigos de la preparatoria, ponerse los audífonos, subirle a todo volumen al reproductor y recorrer el camino de veinte minutos de la escuela a su casa.
Los años y sus recuerdos se pasaban por las calles. Salvatore vio un niño berrinchudo de cinco años con betún en la nariz y un gorro de fiesta arrastrando un oso de felpa. También la vio a ella, a Melanie, la chica de cabello ondulado y ojos almendrados que tanto le gustaba, la diferencia era que aquí ella tenía un tercer ojo en la frente, para ver si así se daba cuenta de que él existía. Vio a sus padres, pupitres surcando el cielo, a su hermano, ventanas con vista directa a la vía láctea en los autos, a sus amigos, y a los arbustos de auriculares gritando más de su música favorita.  Ella se acercaba, se imaginó vestido con una playera fosforescente y gafas negras. Salvatore sonrío de oreja a oreja, clavando la vista en el rostro de la chica, sin embargo ella no movió ninguno de sus tres ojos. Siguió su camino sin mirar atrás y antes de llegar a la esquina desapareció en una nube de humo color naranja; aquella esquina era el fin del trayecto, en realidad cualquier extremo de la séptima avenida lo era.














Antes de la sinfonía final un Interludio realmente corto

Cada hombre es un mundo entero: un linaje de realidades e irrealidades.




Sinfonía absolución V

Después de todo no existe una verdadera frontera entre aquí y allí, se dijo pausadamente Jared mientras miraba salir de la impresora las últimas hojas de su autobiografía; para algunos podría parecerles absurdo crear una siendo prácticamente un donnadie, pero para él era totalmente lo contrarío; sabía que cuando las copias fueran leídas la gente sabría quién era realmente Jared O’connel Sade, por fin abandonaría su imagen estereotipada. Firmó con el seudónimo que usaba siempre en las salas de chat, firmó como Salvatore, salvador en castellano. Observó con nostalgia por última vez el departamento.  Se alisó la playera y los pantalones. Debajo de la cama, que había sido su compañera por dieciocho años, sobresalía, no el coco, un brazo, sí: el brazo de Melanie, la hermosa camarera del Heaven’s Night. Puso en su mano su autobiografía, donde explicaba detalladamente la cronología de sus víctimas, por edades, gustos, carácter, instrumentos usados en la cacería y la forma de matar. El de ella había sido rápido; la peor parte fue el final, pero el resultado sólo lo sabría la policía cuando encontrara la “sorpresa” dentro de la caja de oro que había mandado a hacer para la ocasión; la había guardado en el armario y la dado la llave a Melanie para que la custodiaría. 
Ojala lo supiera, pensó al tiempo que en su mente palpitaba las líneas del poema Amor y una pregunta.
Se despidió una vez más de la habitación, en especial de su cama. Afuera llovía, sin embargo eso no lo incomodó. Encendió el IPod y escuchó lo último de Vampire Weekend a todo volumen.  Ya lo esperaba el taxi, subió y le dio al conductor una dirección escrita en un papel arrugado. Como siempre sucedía cuando terminaba la séptima avenida el automóvil y Jared se esfumaron en una nube de humo naranja. Aquella esquina era el final del trayecto y él lo sabía.



Jared Brontë

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Tri-animal

Caes como serpiente
sobre bulbos y bombillas
escribes cantos transparentes
vibras cuando escuchas
escuchas y vuelves a vibrar
Caes otra vez como perro
como libélula
bélica y cálida de Dalí
Caes y palpitas
te prolongas y palpitas
emerges dentro de la bombilla quebradiza
Lames la herida
Ladras las alas
y ladras
Vuelas como libélula
Lames la herida con tu cabello húmedo como lengua
como serpiente asechando olvidos caducados
Caes como serpiente
y como libélula emerges otra vez al vuelo como perro



Glavers

Prosa poética

Estoy sentado en mi silla fúnebre. De pronto escucho el murmurar de las aves de plumas negras. Me siento cansado y fatídico de sentirme vivo en una muerte que parece eterna.

Microcuento

Ha pasado el amanecer. Me siento dichoso de tener entre mis manos el cuerpo inerte de mi esposa; quien me mira con sus ojos rebosantes de luz, y muerte.

martes, 23 de noviembre de 2010


No matarás a tu Dios

-Tengo sed -dijo el Cristo.

Entonces se irguieron las terribles lanzas. Eran los oráculos del dragón camuflados en alegres cuellos de trigo sobre la última agonía del Sol Invictus. Iban a ofrecerle un trago de su propia sangre.


Martín Guerrero Ortega

domingo, 21 de noviembre de 2010


No sé si el mundo era más pequeño, o yo me encogía. Todo era más ancho: el pasillo de mi habitación que dividía lo de afuera con lo de aquí adentro, la cama. ¡Cielos! Antes podía estirar los pies y sentir el borde, pero fui alejándome con alarmante rapidez. Sí, el mundo era más pequeño, o yo me encogía.

Jared Brontë

jueves, 11 de noviembre de 2010

La Historia De Familia

24 de diciembre, 1942. Auschwitz II
He tenido mala fortuna estos últimos meses, pues he cargado con el horror y la desesperación. Me he sentido enfermo del estómago, e incluso he defecado en mis pantalones; aunque finjo no hacerlo por mi esposa Marisa, y por mis tres hijos pequeños. La vergüenza de haber sido sacado del sótano de mi casa por los polacos, y luego detenido por los nazis me hace sentir decepcionado de mí mismo por ser judío.
        He caminado junto a mi familia por un largo rato por un túnel inmenso; el cual va dirigido hacía el campo a dónde vamos. Mi hija María está agotada, y debo cargarla con precaución por mi enfermedad.
La marcha sigue a pasos lentos; allí los alemanes comienzan a disparar al suelo, y mucha gente entra en pánico. Yo me quedo quieto y tomo de la mano a mi esposa, y de reojo veo a mi hijo Leman; quien no se despega del cinturón de mi pantalón. Marisa me muestra miedo por sus muecas, mientras yo acaricio su mejilla, y luego escucho los disparos que entorpecen mis siguientes palabras.
Han pasado varios minutos, y vamos en dirección recta del túnel rumbo a un gran edificio; donde una inmensa chimenea saca humo negro. Un hombre a mi lado dice en voz alta:
—ése es el infierno de los judíos.
       Cuando terminamos de caminar por el túnel, nos dirigimos al gran edificio; allí varios alemanes nos custodian; sin embargo noto en el semblante de uno de ellos vergüenza y angustia.
       Entramos al edificio, y varios hombres nos ordenan desnudarnos. Uno de ellos dice algo acerca de una ducha higiénica. Marisa se muestra molesta mientras las otras personas obedecen la orden, yo obligo a desvestirla, y al momento recibo una fuerte bofetada, y después de algunos segundos una desesperada caricia, que entumece mi rostro.
       Dentro del gran edificio, Marisa se desprende de su ropa; a su vez yo me apresuro para desvestir a mi hija María; quien llora junto al pequeño Theodore.
       Cuando estamos completamente desnudos, un hombre nos ordena adentrarnos a una habitación hermética, a su vez los judíos se amontonan en la puerta.
       Al entrar a la habitación totalmente hermética, escucho de cerca que un hombre cierra la puerta por fuera. Yo tomo a mi familia en mis brazos, y comienzo a llorar desconsoladamente; allí, mi hija María me dice al oído que vamos a un mejor lugar, donde los judíos puedan vivir en paz.

MIRADA MITOLÓGICA

Sonrisas líquidas resbalan por las calles 
un tiempo blanco cubre mis ojos secos
ahogados de eternidad.

Voy a llenar la tarde de nostalgias transparentes
que viajen al corazon de la noche y le curen su dolor.

En ese viaje a los labios de tu noche
miro reproches suplicando desde las paredes de su rabia.
Mientras las palomas duermen su sentimiento
al alba ésta vuela hacia el cuerpo ataviado de silencio y
arrulla  latidos azorados por el frio angustioso de la noche.

Despierto en laguna desierta de emociones 
sólo escucho la noche cubierta de espejos
que saben a constelación de libélulas.

A esa noche sentí nacerle estrellas en mi azul mitológico.

Alidelvento



miércoles, 10 de noviembre de 2010

Círculos

Nacimiento
Nací con doce inviernos sobre la hoja nívea
donde el húmedo adobe
olía fresco manzano;
nací sin tinta ni tintero ni versos;
la música del alma vino por caminos fríos de soledad
y cerró la puerta de espinos;
yo la busco cada noche
con mi sangre dolorosa de fruta:
lluvioso,
mojado en la lluvia de letras.
Niñez
En las calles descalzas
llora un niño,
no vienen trenes a despertar su estación
ni dragones en el humo que se aleja,
sólo una gota de miedo
vacía, descompuesta
para llenarse de polvo virgen.
Adolescencia
Una explosión de pájaros cincela el musgo,
queda un sabor amargo
de luto nocturno o desencanto;
marchan los gorjeos,
los picos buscan atavíos de nube
y atrás queda el orificio, la ventana con sus fuegos
a punto de incendiar las geografías.
Adultez
Los inviernos reposan blancos en la silla coja,
nieva sobre la mesa,
se afligen musarañas en la casa sitiada;
las calles lloran,
sus lágrimas son balas que muerden huesos distraídos
y los perros en las esquinas
ladran por el sueño de la noche larga;
otra vez lluvioso cierro la puerta:
la oscuridad viene de afuera.

Martín Guerrero Ortega