No matarás a tu Dios
-Tengo sed -dijo el Cristo.
Entonces se irguieron las terribles lanzas. Eran los oráculos del dragón camuflados en alegres cuellos de trigo sobre la última agonía del Sol Invictus. Iban a ofrecerle un trago de su propia sangre.
Martín Guerrero Ortega
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