LA POESÍA: ASUNTO QUE NOS MULTIPLICA

domingo, 5 de diciembre de 2010

Lujus ria

Como bandera un pene
Se abre sobre el mástil
Honores mágicos
Secundan una noche intensa
Tanta lujuria jamás acumulada
Como lluvia seca en otoño
Cobijando el invierno de dos púberes amantes
No es más que una erección retro
Sudor
Saliva
Fluidos corporales destellantes
Una muerte chiquita
Pupilas en blanco
Un te amo se ahoga en la garganta
Y se descarga en una vagina
Rio de sales
Tumba levanta muertos.
Puella

domingo, 28 de noviembre de 2010

Sinfonias

La historia del chico que bloqueó su propia aceptación en cinco pasos para continuar siendo humano







Sinfonía absolución I

No sé sí el mundo era más pequeño, o yo me encogía; todo era más ancho, el pasillo de mi habitación que dividía lo de afuera con lo de aquí adentro, la cama, ¡cielos!, antes podía estirar los pies y sentir el borde; pero fui alejándome con alarmante rapidez; sí: el mundo era más pequeño, o yo me encogía.



Sinfonía absolución II

Jared siguió viendo el grafiti en la pared que decía: Dios es bueno, tú eres malo, tratando de encontrar algún significado oculto, pero no encontró nada. Tomó la maleta y apretó la agarradera de cuero con firmeza. Estaba seguro que después de aquel “incidente” las cosas no volverían a ser las mismas. Jared no podía volver al departamento 302 de la calle Brookhaven, de eso no había duda.
Mientras caminaba una chica tropezó con él; la vio por un momento y percibió prisa cuando de sus labios segregó el perdón; era sólo un casual encuentro en la avenida: nada más. El chico frunció el ceño y suspiró con pesadez. Esta vez no cometería errores.



Sinfonía absolución III

Melanie, la camarera estrella del Heaven’s Night era una chica normal con un empleo de noche, un gato llamado Bola de nieve y una caja de cereal de miel sobre hojuelas esperándole al final de la rutina. Ella no tenía problemas con nadie, ni en su empleo, ni en la universidad. Bueno, sin contar aquel accidente la noche anterior, cuando uno de los clientes se quiso pasar de la raya. Era jueves y Melanie ese día atendía exclusivamente la barra, nada de limpiar las “sorpresas” constantes en el piso del baño de hombres, quitar la goma de mascar debajo de las mesas, o hacer algún “favor especial” si quería una buena propina. Ella leía tranquilamente Moby Dick mientras preparaba un Martini seco. Casualmente, el día que se topó con aquel extraño de la gabardina en la madrugada, encontró en internet un curioso listado de los diez libros que tienes que leer antes de morir; le pareció una buena idea y compró los primeros cinco. Ese mismo día un hombre caucásico y regordete se mojaba los labios mirando en su dirección; le hizo una seña con el dedo, indicándole que se acercara. Melanie dudó, resignándose al ver que todas sus compañeras estaban ocupadas; se aproximó y guardo cierta distancia. El hombre llevaba una playera sucia del grupo Kiss y pantalones cortos.  Después de ordenar otra ronda derramó intencionalmente el contenido que le quedaba de alcohol en el suelo, cerca de su entrepierna.  Con fingida sorpresa le pidió amablemente que lo limpiara antes de que la bebida llegara a sus zapatos. A regañadientes y sin tener otra alternativa Melanie tomó la tela que llevaba en el mandil, se puso en cuclillas, alargó el brazo y limpió; el sitio era muy estrecho para poder limpiar bien a esa distancia. En cuanto se acercó el hombre la agarró con fuerza de los cabellos, obligándola a meter las narices en su apestosa entrepierna. Lamentablemente, aunque deseo saberlo Melanie no supo que pasó después.





Sinfonía absolución IV

Salvatore escuchaba todos los días a Vampire Weekend: era lo único que tenía en su IPod. Su rutina era siempre la misma, levantarse a las seis de la mañana para ir al instituto, platicar siempre de las mismas cosas plásticas con sus amigos de la preparatoria, ponerse los audífonos, subirle a todo volumen al reproductor y recorrer el camino de veinte minutos de la escuela a su casa.
Los años y sus recuerdos se pasaban por las calles. Salvatore vio un niño berrinchudo de cinco años con betún en la nariz y un gorro de fiesta arrastrando un oso de felpa. También la vio a ella, a Melanie, la chica de cabello ondulado y ojos almendrados que tanto le gustaba, la diferencia era que aquí ella tenía un tercer ojo en la frente, para ver si así se daba cuenta de que él existía. Vio a sus padres, pupitres surcando el cielo, a su hermano, ventanas con vista directa a la vía láctea en los autos, a sus amigos, y a los arbustos de auriculares gritando más de su música favorita.  Ella se acercaba, se imaginó vestido con una playera fosforescente y gafas negras. Salvatore sonrío de oreja a oreja, clavando la vista en el rostro de la chica, sin embargo ella no movió ninguno de sus tres ojos. Siguió su camino sin mirar atrás y antes de llegar a la esquina desapareció en una nube de humo color naranja; aquella esquina era el fin del trayecto, en realidad cualquier extremo de la séptima avenida lo era.














Antes de la sinfonía final un Interludio realmente corto

Cada hombre es un mundo entero: un linaje de realidades e irrealidades.




Sinfonía absolución V

Después de todo no existe una verdadera frontera entre aquí y allí, se dijo pausadamente Jared mientras miraba salir de la impresora las últimas hojas de su autobiografía; para algunos podría parecerles absurdo crear una siendo prácticamente un donnadie, pero para él era totalmente lo contrarío; sabía que cuando las copias fueran leídas la gente sabría quién era realmente Jared O’connel Sade, por fin abandonaría su imagen estereotipada. Firmó con el seudónimo que usaba siempre en las salas de chat, firmó como Salvatore, salvador en castellano. Observó con nostalgia por última vez el departamento.  Se alisó la playera y los pantalones. Debajo de la cama, que había sido su compañera por dieciocho años, sobresalía, no el coco, un brazo, sí: el brazo de Melanie, la hermosa camarera del Heaven’s Night. Puso en su mano su autobiografía, donde explicaba detalladamente la cronología de sus víctimas, por edades, gustos, carácter, instrumentos usados en la cacería y la forma de matar. El de ella había sido rápido; la peor parte fue el final, pero el resultado sólo lo sabría la policía cuando encontrara la “sorpresa” dentro de la caja de oro que había mandado a hacer para la ocasión; la había guardado en el armario y la dado la llave a Melanie para que la custodiaría. 
Ojala lo supiera, pensó al tiempo que en su mente palpitaba las líneas del poema Amor y una pregunta.
Se despidió una vez más de la habitación, en especial de su cama. Afuera llovía, sin embargo eso no lo incomodó. Encendió el IPod y escuchó lo último de Vampire Weekend a todo volumen.  Ya lo esperaba el taxi, subió y le dio al conductor una dirección escrita en un papel arrugado. Como siempre sucedía cuando terminaba la séptima avenida el automóvil y Jared se esfumaron en una nube de humo naranja. Aquella esquina era el final del trayecto y él lo sabía.



Jared Brontë

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Tri-animal

Caes como serpiente
sobre bulbos y bombillas
escribes cantos transparentes
vibras cuando escuchas
escuchas y vuelves a vibrar
Caes otra vez como perro
como libélula
bélica y cálida de Dalí
Caes y palpitas
te prolongas y palpitas
emerges dentro de la bombilla quebradiza
Lames la herida
Ladras las alas
y ladras
Vuelas como libélula
Lames la herida con tu cabello húmedo como lengua
como serpiente asechando olvidos caducados
Caes como serpiente
y como libélula emerges otra vez al vuelo como perro



Glavers

Prosa poética

Estoy sentado en mi silla fúnebre. De pronto escucho el murmurar de las aves de plumas negras. Me siento cansado y fatídico de sentirme vivo en una muerte que parece eterna.

Microcuento

Ha pasado el amanecer. Me siento dichoso de tener entre mis manos el cuerpo inerte de mi esposa; quien me mira con sus ojos rebosantes de luz, y muerte.

martes, 23 de noviembre de 2010


No matarás a tu Dios

-Tengo sed -dijo el Cristo.

Entonces se irguieron las terribles lanzas. Eran los oráculos del dragón camuflados en alegres cuellos de trigo sobre la última agonía del Sol Invictus. Iban a ofrecerle un trago de su propia sangre.


Martín Guerrero Ortega

domingo, 21 de noviembre de 2010


No sé si el mundo era más pequeño, o yo me encogía. Todo era más ancho: el pasillo de mi habitación que dividía lo de afuera con lo de aquí adentro, la cama. ¡Cielos! Antes podía estirar los pies y sentir el borde, pero fui alejándome con alarmante rapidez. Sí, el mundo era más pequeño, o yo me encogía.

Jared Brontë